Saboreemos la vida al vivirla, encontremos gozo en el trayecto y
compartamos nuestro amor con amigos y familiares.
(Por el Presidente Thomas Spencer Monson)
(Por el Presidente Thomas Spencer Monson)
Para
comenzar, menciono uno de los aspectos más inevitables de nuestra vida aquí en
la tierra: los cambios.
En algún momento, todos hemos escuchado de una forma u otra el conocido dicho:
“Nada es tan constante como los cambios”.
A lo largo de
nuestra vida debemos hacer frente a los cambios; algunos son bienvenidos, otros
no. Hay cambios en la vida que son repentinos, como la muerte de un ser
querido, una enfermedad inesperada, la pérdida de bienes que atesoramos, pero
la mayoría de los cambios se producen lenta y sutilmente.
La próxima
semana mi esposa y yo celebraremos nuestro aniversario número 60. Al mirar
atrás a nuestros comienzos, me doy cuenta de lo mucho que han cambiado nuestras
vidas desde entonces. Nuestros queridos padres que estaban a nuestro lado
cuando comenzamos juntos nuestra jornada han fallecido; nuestros tres hijos,
que ocuparon nuestra vida por completo durante tantos años, han crecido y
tienen su propia familia; la mayoría de nuestros nietos son mayores y ahora
tenemos cuatro bisnietos.
Día a día,
minuto a minuto, segundo a segundo pasamos de donde nos encontrábamos a donde
estamos ahora. Por supuesto, la vida de todos nosotros pasa por modificaciones
y cambios similares. La diferencia que hay entre los cambios de mi vida y los
de la de ustedes son sólo los detalles. El tiempo nunca se detiene; debe
marchar hacia adelante a un ritmo constante, y con la marcha vienen los
cambios.
Ésta es la
única oportunidad que tenemos de vivir la vida terrenal, aquí y ahora. Cuanto
más vivimos, más nos damos cuenta de lo corta que es. Las oportunidades llegan
y luego se van. Creo que entre las grandes lecciones que debemos aprender en
nuestro corto viaje por la tierra se encuentran las lecciones que nos ayudan a
distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es. Les suplico que no
dejen pasar esas cosas tan importantes al hacer planes para ese futuro ilusorio
e inexistente cuando tendrán tiempo para hacer todo lo que quieren hacer. En
vez de ello, encuentren gozo en el trayecto: ahora.
Yo soy lo
que mi esposa llama un “fanático de los espectáculos”. Me encantan las obras
musicales; una de mis favoritas la escribió la compositora americana Meredith
Wilson y se titula: “El hombre de la música”. En ella, el profesor Harold Hill,
uno de los personajes principales de la obra, da una advertencia que comparto
con ustedes. Él dice: “Si acumulan suficientes mañanas, encontrarán que han
coleccionado muchos ayeres vacíos”1.
Mis hermanos
y hermanas, no hay un mañana para recordar si no hacemos algo hoy.
He
compartido previamente con ustedes un ejemplo de esta filosofía. Creo que vale
la pena repetirla. Hace muchos años, Arthur Gordon escribió lo siguiente en una
revista nacional:
“Cuando yo tenía más o menos 13 años y mi hermano 10,
papá había prometido llevarnos al circo, pero al mediodía sonó el teléfono: un
asunto urgente requería su atención en el trabajo. Nos preparamos para la
desilusión, pero luego lo oímos decir en el teléfono: ‘No, no estaré allí; eso
tendrá que esperar’.
“Cuando él volvió a la mesa, mamá sonrió. ‘Sabes que el
circo vuelve a cada rato, ¿no?’, dijo ella.
“‘Lo sé’, dijo papá, ‘pero la niñez no’”.
Si tienen
hijos que han crecido y se han ido, con toda seguridad ha habido ocasiones en
las que han experimentado sentimientos de pérdida y han reconocido que no
apreciaron ese tiempo de la vida como deberían haberlo hecho. Desde luego, no
se puede retroceder, sólo ir hacia adelante. En lugar de lamentarnos del
pasado, deberíamos aprovechar al máximo el hoy, el aquí y ahora, haciendo todo
lo posible por crear recuerdos placenteros para el futuro.
Si todavía
están criando a los hijos, tengan en cuenta que las huellas de los deditos que
aparecen casi todos los días en una superficie recién limpiada, los juguetes
desparramados en la casa, los montones y montones de ropa para lavar
desaparecerán muy rápido y que, para su sorpresa, los extrañarán profundamente.
Las
tensiones vienen a nuestra vida no importa cuáles sean las circunstancias;
debemos sobrellevarlas lo mejor que podamos, pero no debemos permitir que se
interpongan entre lo que es más importante, y lo que es más importante casi
siempre se relaciona con las personas a nuestro alrededor. Con frecuencia
suponemos que ellos deben saber cuánto los queremos; pero nunca
debemos suponerlo; debemos hacérselo saber. William Shakespeare, escribió:
“Quienes no muestran su amor, no aman”3.
Nunca nos lamentaremos por las palabras de bondad que digamos ni el afecto que
demostremos; más bien, nos lamentaremos si omitimos esas cosas en nuestra
interacción con aquellos que son los que más nos importan.
Envíen esa
nota al amigo que han descuidado; abracen a su hijo; abracen a sus padres; digan “te quiero” con
más frecuencia; siempre den las gracias. Nunca permitan que el problema que se
tenga que resolver llegue a ser más importante que la persona a la que se tenga
que amar. Los amigos se mudan, los hijos crecen, las personas que amamos
fallecen. Es tan fácil dar las cosas por sentado, hasta el día en que ellos se
van de nuestras vida y nos quedamos con estos sentimientos: “qué hubiera pasado
si” o “si sólo”. La autora Harriett Beecher Stowe dijo: “Las lágrimas amargas
que se derraman sobre la tumba son por palabras que no se dijeron y cosas que
no se hicieron”4.
Saboreemos
la vida al vivirla, encontremos gozo en el trayecto y compartamos nuestro amor
con amigos y familiares. Algún día, cada uno de nosotros se quedará sin
mañanas.
En el libro
de Juan en el Nuevo Testamento, capítulo trece, versículo treinta y cuatro, el
Salvador nos amonesta: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”.
Tal vez
algunos de ustedes estén familiarizados con la novela clásica de Thornton
Wilder, titulada Nuestra
ciudad. Si es así, recordarán la ciudad de Grover’s Corners, donde el
relato se lleva a cabo. En la obra, Emily Webb muere al dar a luz, y nos
enteramos de la angustiosa soledad de su joven esposo, George, quien se quedó
con su hijito de cuatro años. Emily no desea descansar en paz; desea volver a
sentir las alegrías de su vida, por lo que se le concede el privilegio de
volver a la tierra y revivir su décimo segundo cumpleaños. Al principio es
emocionante ser joven de nuevo, pero muy pronto se esfuma esa alegría. El día
ya no es divertido, ahora que Emily sabe lo que le aguarda en el futuro. Es un
dolor insoportable al darse cuenta de que había estado totalmente ajena al
significado y a la maravilla de la vida mientras vivía. Antes de volver a su
última morada, Emily se lamenta: “¿Son conscientes los seres humanos de la vida
mientras aún la viven, en todos y cada uno de los minutos?”.
El que nos
demos cuenta de lo que es más importante en la vida va de la mano con la
gratitud que sentimos por nuestras bendiciones.
Un conocido
autor dijo: “Tanto la abundancia como la carencia de ella existen
simultáneamente en nuestra vida, como realidades paralelas. Siempre debemos
decidir cuál jardín secreto cuidaremos… Cuando decidimos pasar por alto las
cosas que nos faltan en la vida, y en cambio sentimos gratitud por la
abundancia que tenemos: amor, salud, familia, amigos, trabajo, los gozos de la
naturaleza y las empresas personales que nos traen [felicidad], el terreno
baldío de la ilusión desaparece y experimentamos el cielo en la tierra”6.
En Doctrina
y Convenios, sección 88, versículo 33, se nos dice: “Porque, ¿en qué se
beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni
se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la
dádiva”.
Horacio, el
antiguo filósofo romano, amonestó: “Toma con mano agradecida cada hora con la
que Dios te haya bendecido, y no pospongas tus alegrías año tras año, para que
en cualquier lugar en el que hayas estado, puedas decir que felizmente has
vivido”.
Hace muchos
años me conmovió la historia de Borghild Dahl, que nació en Minnesota en 1890
de padres noruegos, y que desde temprana edad sufrió serios problemas de la
vista. Ella tenía un enorme deseo de participar de la vida cotidiana a pesar de
su impedimento y, con tenaz determinación, logró el éxito en casi toda tarea
que emprendió. En contra de los consejos de los maestros, que pensaban que el
impedimento era sumamente grande, ella asistió a la Universidad de Minnesota,
donde recibió una licenciatura; más tarde estudió en la Universidad Columbia y
en la Universidad de Oslo. Finalmente llegó a ser directora de ocho escuelas en
el oeste de Minnesota y Dakota del Norte.
Fue autora de diecisiete libros y en uno de ellos
escribió lo siguiente: “Sólo tenía un ojo, y estaba cubierto de cicatrices tan
profundas que toda mi visión se limitaba a una pequeña abertura en el ojo
izquierdo. Solamente podía ver un libro si lo sostenía cerca de la cara y si
esforzaba el ojo lo más posible hacia el lado izquierdo”7.
Milagrosamente,
en 1943—cuando tenía más de cincuenta años— se inventó un procedimiento
revolucionario que por fin le devolvió gran parte de la vista que por tanto
tiempo no había tenido. Ante ella se abrió un mundo nuevo y fascinante.
Derivaba enorme placer en las cosas pequeñas que la mayoría de nosotros pasamos
por alto, como ver un pájaro volar, notar la luz que se reflejaba en las
burbujas del jabón del agua de los platos, u observar las fases de la luna cada
noche. Terminó uno de sus libros con estas palabras: “Querido… Padre Celestial,
te doy gracias; te doy gracias”8.
Borghild
Dahl, tanto antes como después de recuperar la vista, sintió inmensa gratitud
por sus bendiciones.
En 1982, dos
años antes de que muriera a los 92 años de edad, se publicó su último libro,
titulado: Feliz toda mi vida. Su actitud de agradecimiento le
permitió apreciar sus bendiciones y vivir una vida plena y abundante a pesar de
sus dificultades.
En 1
Tesalonicenses, en el Nuevo Testamento, capítulo cinco, versículo dieciocho, el
apóstol Pablo nos dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de
Dios”.
Recuerden
conmigo el relato de los diez leprosos:
“Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro
diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos
“y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten
misericordia de nosotros!
“Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los
sacerdotes. Y aconteció que mientras iban fueron limpiados.
“Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado,
volvió, glorificando a Dios a gran voz,
“y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole
gracias; y éste era samaritano.
“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron
limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?
“¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino
este extranjero?”.
En una
revelación dada a través del profeta José Smith, el Señor dijo: “Y en nada
ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra
aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”.
Ruego que nos encontremos entre aquellos que den las gracias a nuestro Padre
Celestial. Si la ingratitud se encuentra entre los pecados más graves, entonces
la gratitud toma su lugar entre las más nobles de las virtudes.
Pese a los
cambios que vengan a nuestra vida, y con gratitud en nuestros corazones, ruego
que, en todo lo posible, llenemos nuestros días con las cosas que son de más
importancia. Ruego que valoremos a nuestros seres queridos y les expresemos
nuestro amor tanto en palabra como en hechos.
Para
finalizar, ruego que todos reflejemos gratitud por nuestro Señor y Salvador
Jesucristo. Su glorioso Evangelio proporciona las respuestas a los
interrogantes más grandes de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos aquí?
¿A dónde va mi espíritu al morir?
Él nos
enseñó a orar; Él nos enseñó a servir; Él nos enseñó a vivir. Su vida es un
legado de amor; sanó al enfermo; animó al afligido; salvó al pecador.
Llegó la
hora cuando estuvo solo; algunos apóstoles dudaron y uno lo entregó. Los
soldados romanos le atravesaron el costado; la chusma le quitó la vida. Desde
el monte de la Calavera aún se oyen sus palabras caritativas: “Padre,
perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
Previamente,
tal vez al percibir la culminación de Su misión terrenal, se lamentó: “Las
zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no
tiene dónde recostar su cabeza”12.
“No hay lugar en el mesón” no fue una expresión singular de
rechazo, sino la primera. No obstante, Él nos invita a ustedes y a mí a
recibirlo. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre
la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”.
¿Quién era
este Hombre de dolores, experimentado en pesares? ¿Quién es el Rey de gloria,
este Señor de los ejércitos? Es nuestro Maestro; es nuestro Salvador; es el
Hijo de Dios; el Autor de nuestra salvación. Él nos llama: “Sígueme”.
Él manda: “Ve, y haz tú lo mismo”.
Él suplica: “Guarda mis mandamientos”.
Sigámosle;
emulemos Su ejemplo; obedezcamos Su palabra, y al hacerlo, le brindamos el
divino don de la gratitud.
Hermanos y
hermanas, mi sincera oración es que nos adaptemos a los cambios en nuestra
vida, que nos demos cuenta de lo que es más importante, que siempre expresemos
nuestra gratitud y de ese modo encontremos gozo en el trayecto. En el nombre de
Jesucristo. Amén.
Me encantó!... muy buen mensaje!!
ResponderEliminarMuy bueno! Los cambios son inevitables, lo sabemos, pero cuesta adaptarse a ellos.
ResponderEliminarBellísimo mensaje Jesús. me hizo reflexionar mucho sobre la vida. Gracias.
ResponderEliminarmuy bueno tu blogg jesus llama mucho a la reflexion
ResponderEliminarExcelente reflexión! Siempre y en todo momento debemos ser agradecidos con la vida. Aprender constantemente, levantarse en las caídas, respetar a los demás y valorar nuestras más grande riqueza: nuestra familias y amigos.
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